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Sergio Reyes

Testimonio de un ex estudiante de la UTE en referencia declaraciones del General (R) Manuel Torres de la Cruz





Foto: Este inmueble, situado en Colón, ha sido identificado como
un centro de tortura por quienes han entregado su testimonio en los últimos días.

Punta Arenas, Octubre 1, 2001.- Nuevas reacciones ha seguido recibiendo nuestro diario a raíz de la entrevista que concedió el general (R) Manuel Torres de la Cruz quien se desempeñó como intendente del gobierno de la Unidad Popular y, luego, del gobierno militar.

Desde Estados Unidos fue enviado el siguiente testimonio de un ex alumno de la Universidad Técnica del Estado.

Señor Director:

A fines de diciembre del año recién pasado, el General en Retiro Manuel Torres de la Cruz hace algunas declaraciones asombrosamente falsas. Digo asombrosamente, porque existen testimonios que prueban fehacientemente dicha falsedad. En síntesis el General plantea que durante su designación como jefe provincial inmediatamente después del Golpe Militar de Septiembre 11, 1973, en Punta Arenas no se torturó a los prisioneros políticos. En parte de sus declaraciones a La Prensa Austral el General dice:

“Aquí se hicieron todas los consejos de guerra como Dios manda, se hicieron todos los procedimientos en forma completa y nadie puede venir a decirme a mí, por lo menos hasta que yo entregué el mando de la zona y de la provincia, que aquí se cometió algún desmán y que hubo alguna tortura”.

“... Con profundo estudio, profunda calma, con gran detenimiento y con gran acuciosidad, se estableció qué personas era necesario detener el día que se produjera el pronunciamiento, para evitar que cometieran desmanes. Y toda esa gente, a partir del 11 de septiembre, fue detenida y confinada en centros de detención, que no eran de tortura, en bahía Catalina por parte de los aviadores, en río de los Ciervos por parte de los marinos y en el Regimiento Pudeto, por parte del Ejército”.

El General reconoce que estuvo a cargo de la Provincia hasta febrero de 1974.

Fue precisamente en ese período donde se llevaron a cabo la mayor cantidad de detenciones. Hacia septiembre de 1973 yo era un estudiante de la Universidad Técnica del Estado. Mi nombre apareció en las listas de esas personas “que era necesario detener para evitar que cometiera desmanes.” Tenía entonces 19 años, era comunista (ideológicamente hablando aunque no miembro del PCCh.), y pensaba (y sigo pensando aún) que era necesario cambiar nuestra sociedad para que no exista más pobreza y explotación de los trabajadores chilenos y del mundo.

El General se vanagloria de su “apoliticismo”, pero se puso del lado de la derecha, subvirtió la propia Constitución política del capitalismo, y reprimió a los socialistas para preservar los privilegios de los patrones.

Es cierto lo que dice el General referente a los centros de detención que indica y las ramas responsables de ellos. No menciona el Regimiento Blindado, a cargo del Ejército, ni el Estadio Fiscal, a cargo de la FACH. Lo que tampoco dice el General es que existieron centros de interrogatorios, en los cuales se torturaba sistemáticamente a los prisioneros. Tampoco dice que en los mismos centros de “detención” se abusaba también a hombres y mujeres con todo tipo de castigos físicos y psicológicos.

En los centros de tortura se “ablandaba” a los prisioneros para luego sacarles confesiones que serían usadas por los fiscales militares para proceder a los juicios de guerra. El “ablandamiento” era tortura. Los fiscales militares lo sabían muy bien, y en consecuencia fueron también cómplices de esta tortura. Incluso muchas veces nos amenazaban con volver a enviarnos a los torturadores si no confesábamos lo que ellos querían.

A mí me arrestaron el día 5 de octubre de 1973 y la tortura comenzó en el instante mismo del arresto. Allí mismo, frente a la modesta casa que arrendamos en el Barrio Sur me vendaron y amarraron para golpearme y amenazarme en frente a los gemidos de terror de mi madre de fusilarme en el acto. El simulacro de fusilamiento terminó en las risotadas de burla de los fusileros. Me llevaron entonces a un local habilitado para torturar en la Avenida Colón, un hospital abandonado, donde como era tratamiento habitual para todos los prisioneros fui despojado de mis ropas y sometido a golpizas con patadas, palos, puños y culatazos, mientras permanecía amarrado y con los ojos vendados. Los gritos de terror de hombres y mujeres se escuchaban por todos lados, mientras los valientes soldados de la patria se ensañaban contra un enemigo desarmado.

Luego de varias horas de golpiza, fui sumergido en un pozo de excrementos humanos, donde la fetidez y los líquidos nauseabundos me asfixiaban. Luego, fui sacado de allí para ser metido en un baño donde me manguerearon con agua fría para limpiarme un poco de los excrementos y continuar torturándome.

Bajo el agua fría me siguieron golpeando con palos, para eventualmente sacarme de allí y meterme a la “parrilla”. La “parrilla” era un catre de metal donde fui tendido y amarrado. Luego hicieron un circuito con cables que partían desde los dedos de los pies, las rodillas, el esfínter, los testículos, el pene, el estómago, las tetillas, los dedos de las manos, el cuello, los labios, la nariz, los ojos, para terminar en las sienes. Luego, el torturador al mando ordenaba las descargas eléctricas que provenían de un dínamo manual. Todo mi cuerpo se convulsionaba de dolor y emitía alaridos desgarradores, a los cuales los torturadores contestaban con gritos, insultos y risotadas.

Cuando ya los torturadores pensaban que habían culminado el “tratamiento” fui vestido, tirado siempre amarrado y vendado en un camión del Ejército y transportado al centro de detención del que habla el General, el Regimiento Pudeto. Al llegar allí me encontré con que ya habían cientos de presos, muchos compañeros a los que reconocí, que ya habían pasado por similar tratamiento.
Debo decir que tal vez debo dar gracias que a mí solamente me dieron un tratamiento de tortura “suave”, porque con otros compañeros practicaron aun torturas más horripilantes. También hay que decir que parte del tratamiento general de las compañeras estaba la violación, vejación y abuso sexual.

Estas sesiones de tortura se repitieron hasta que se estableció una causa de acusación en Enero de 1974. El fiscal a cargo de mi caso era un oficial de la Marina, Walter Radic. Al final fui condenado a 5 años y un dia y en Febrero de 1974 nos mandaron a los primeros “rematados” de Magallanes a la Isla Dawson. Mi número era “remo 14”.

Y todo esto, General Torres de la Cruz, sucedió bajo su comando en Punta Arenas, entre Septiembre de 1973 y Febrero de 1974. Claro que los abusos y las torturas siguieron bajo la comandancia del General Lutz posteriormente.

Al abuso criminal del pasado, se suma la mentira del presente de querer decir que nuestro sufrimiento nunca sucedió, que nunca pasamos por la tortura a la que fuimos sometidos, que en Punta Arenas no se torturó como en el resto del país. En esa medida el General sigue hoy torturándonos psicológicamente.

Debería también saber el General que cada vez que tenemos que hablar sobre estas dolorosas vejaciones pasadas, las heridas vuelven a renacer. Pero, se hace necesario hablar para no permitir esta nueva injusticia.

La tortura es un crimen contra la humanidad. Los responsables de la tortura deben ser castigados por su crimen. En Chile solamente se están escuchando casos legales en contra de los asesinatos cometidos durante la dictadura de Pinochet y de los capitalistas que se beneficiaron con la dictadura. Sin embargo, el país debe reflexionar también sobre la victimización de los miles y miles de torturados, hombres y mujeres, los cuales también tenemos derecho a exigir justicia.

En alguna medida, es bueno que el General tenga la osadía de hablar sobre su pasado, porque en medio de sus propias palabras se puede ir configurando su responsabilidad histórica en la represión que se desató a partir del golpe militar, e incluso -como él lo reconoce- en el caso del asesinato de un obrero de Lanera Austral durante un allanamiento represivo de la FACH bajo su administración como Intendente de Magallanes antes del golpe.

Ojalá que el pueblo de Magallanes, de Chile y del mundo no crea las declaraciones del General Manuel Torres de la Cruz de que no hubieron torturados en Punta Arenas. Mi caso y el de tantos compañeros y compañeras hablan por sí mismos.

Sergio Reyes

Cambridge, Massachusetts, EE.UU.