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Sergio ReyesCrónica de un Incendio InnecesarioLa madrugada del día martes 18 de abril del 2000 mi hijo Luis Emilio y yo pudimos mirar a la muerte con cara de lenguas de fuego directamente a los ojos. Estas breves notas son para darles algunos detalles de lo que sucedió.
El edificio donde viviamos 289-291 Pearl Street en Cambridge, quedó luego de una hora de incendio casi totalmente destruido. Viviamos en el tercer piso de aquella antigua y descuidada casona de 6 familias. El techo de la cocina del modesto departamento que arrendaba --testigo de tantos momentos hermosos de comida y cariño—ya no existe. Ahora sólo el cielo contrasta con un entorno carbonizado.
El refrigerador es un esqueleto negro y vacio.
Ese martes, más o menos a las 2:30 de la mañana, me despertó el humo que nos empezaba a invadir rapidamente. Mi primera reacción, producto quizás de algún ancestral complejo de culpa, fue ir a la cocina a verificar que no había dejado nada sobre la estufa que se estuviese quemando. Al entrar alli y prender la luz (la electricidad aun circulaba a pesar de lo avanzado del fuego en el primer piso) vi esa pieza llena de humo negro. Intenté acercarme a abrir la puerta de atrás de la cocina que daba al techo pero fué imposible.
Entonces, desperte a Luis quien dormía placidamente, con una placidez peligrosa que podría haberle causado la muerte. Me vestí a la rápida mientras el humo llenaba todo, incluso mi pieza. Pronto nos dimos cuenta que estabamos en medio de un incendio de proporciones. Intentamos alcanzar una salida pero cada vez el humo era más denso y nos asfixiaba, empujándonos hacia la ventana del cuarto de Luis que da a la calle.
Alli, quedamos arrinconados.
Desde arriba veíamos que debajo de nosotros el fuego crecía. Veíamos las enormes llamaradas que salian del primer piso y naturalmente buscaban su sentido hacia arriba, hacia nosotros. Pronto todo el vecindario estaba en la calle y nos veian alli arriba sin saber qué hacer. Luego apareció la policia de Cambridge sin ningún implemento, sin una lona para recojer a quienes pudieran saltar para salvarse. Ellos estaban inermes también, desarmados; armados sólo con sus armas inútiles, de matar. Lo único que podían hacer era intentar mantener la calma y pedirnos que esperaramos a que lleguen los bomberos.
Los bomberos aparecieron prontamente. El fuego creció en torno a nosotros y yo consideré seriamente la posibilidad de saltar al vacio para por lo menos intentar sobrevivir aunque hubiese quedado quebrado en mil pedazos. Mi hijo, muy sabiamente me pedía que no lo haga aun, que no salte. Y la tensa espera dió buenos resultados.
Una vez que la enorme escalera que alcanzó nuestro tercer piso apenas tocó la pared me aferre a ella y bajamos, junto a Luis en tiempo limite creo. Y estabamos a salvo... Luego vino el recuento de los que alli vivimos. Dos jovenes saltaron desde el segundo piso, uno de ellos quedó con heridas en el cuello.
Nuestro edificio tiene una historia de falta de atención part parte del dueño de casa, del arrendador, del casero. Ninguna de las alarmas de incendio, en ningun departamento funcionó. A la subida de las escaleras de lo que fue mi departamento habia un panel de monitoreo de las alarmas que siempre indico "fault" fallas. Nunca fue arreglada aunque la reporté varias veces.
Algunas de las hipotesis que se discuten es que haya habido una filtracion de llamas o de calor intenso de la chimenea de las calderas de calefacción. Aquella era una noche de frio y uno de los jovenes del primero piso indicó que él uso la calefacción esa noche.
Los vecinos todos dieron muestras de solidaridad, nos atendieron, nos proporcionaron abrigos, ofrecieron sus teléfonos para hacer llamados, nos permitieron usar sus baños, nos dieron té caliente. Y nosotros, los que habitamos ese edificio, nos quedamos allí al frente de el, como plantados, viendo un dantesco show de fuerza de un fuego que lo consumió todo.
Eventualmente, tuve la inteligencia y la calma para llamar a mi amiga Mary para que nos venga a buscar, y así lo hizo. Llegaríamos a su casa a eso de las 4 de la mañana.
Al día siguiente a eso de las 10 am, junto a mi hijo fuimos a ver qué podiamos rescatar. Puedo decir con alegría y optimismo que muchas cosas valiosas se salvaron. Algunos documentos personales, cédulas de identificación, muchas fotos, y mis queridos instrumentos musicales. Sobrevivieron la guitarra que me regaló mi madre, mi charanguito adquirido en uno de mis viajes a Chile junto al bombo argentino, y, el cuatro venezolano que refleja toda la fuerza del cariño de mi viaje en enero a esa tierra de luchadores. También, siguió tocando con porfiadez caribeña un bongo que habíamos adquirido hace poco para que Luis haga su trabajo de percusión.
Pero, también pudimos ver con impotencia que mis queridos libros, del Victor, de Violeta de Marx, de Lenin, del Che, de Corretjer, de Neruda, de Magallanes, de escritores hermanos y hermanas de lucha, nuevos y viejos, quedaron convertidos en una compacta masa de carbón y agua. Las matrices de mi grabacion "Encuentros y Despedidas" tambien fueron destruidas, aunque quizas con que esperanza tengo las enormes cintas del "reel to reel" en que fue grabado. Todos mis videos comunitarios, del Diantre, del Pancho Alarcón hablando sobre los comunistas magallánicos, el de las luchas de los nativos americanos en Plymouth, todo fué borrado de una plumada.
Pero aun nos quedan, a Luis y a mi, nuestras vidas, nuestras inteligencias, nuestro deseo de vivir y de luchar. Y seguiremos andando en la lucha por la vida. Yo con menos tiempo por delante y él con más.
Y entre todo esto, la ternura de los amigos, de mis compañeros, de compañeros de trabajo de hoy y del pasado, de conocidos y desconocidos. Mi querida amiga Mary nos ha acogido en su departamento con el cariño de siempre y desde alli, reconstruiremos para seguir adelante.
A todos los que nos han hecho llegar sus palabras de apoyo, les digo como Marti: "Regalo una rosa blanca, para el amigo sincero, que me da su mano franca."
Ahora busco un lugar donde armar un nuevo modesto refugio, un cuartel general para seguir luchando contra la injusticia y la opresión, y también un refugio para amar, reir, cantar, organizar, planear, trabajar... y pasar las penas.
Un abrazo revolucionario.
Sergio Reyes
Mayo 2000
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