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Sergio Reyes

Cantor de Oficio Templado en las Cárceles de Pinochet

Agosto 2008.- Cuando uno nace en uno de los rincones más australes del mundo (digo uno de los rincones porque hay muchos y no sólo Punta Arenas -- Tierra del Fuego, Natales, Porvenir, y más aun por el lado de Argentina y hasta la misma Antártica donde no sé si habrá nacido alguien) la música, el arte, la poesía, la novela, la pintura, la fotografía, todo tiene una dimensión distinta. De repente creo que cada familia Magallánica tiene sus artistas, y no es una exageración. Tal vez sea que la distancia agudiza los sentidos y los sentimientos.

Por otro lado, todos los "consagrados" tanto de Chile como del mundo nos parecen grandes, enormes, inalcanzables, literalmente dignos de imitar. Por esos recónditos parajes de la mente es que empecé a aprender a tocar guitarra para acompañar el canto ya desde donde nací en mi barrio de Río de los Ciervos, 5 kilómetros al sur del centro de Punta Arenas.

Cuando la familia es trabajadora cuesta comprar una guitarra. Para los niños que gustan de la música, este es un sueño anhelado. En mi caso, así era, pero los pobres a veces tenemos grandes fortunas. Y yo tuve la fortuna de tener no sólo un artista en la familia, sino también un maestro carpintero que hacía sus propias guitarras, mi tío Orlando Reyes. El tío Orlando fabricó mi primera guitarra donde empecé a estudiar los primeros acordes. Las tenebrosas fuerzas de la mala fortuna que también asedia a los pobres destruyeron mi querida guitarra al aflojar de la pared el maldito clavo en el que tenemos la mala costumbre de colgar las guitarras. La angustia de tal perdida que según mi mente juvenil no podía revelar a mi tío, al fin hizo que lo visitara mas a menudo para tocar su guitarra y tratar de acompañarlo mientras él tocaba el acordeón.

Las canciones folclóricas o populares de Chiloé, del resto del país y de la Argentina, me llamaban la atención. De vez en cuando me atraía también alguna canción romanticona de la enorme cantidad que existe de ellas, como si la vida fuese sólo amor y desdicha. Pero, sobre todo, me inspiraba el trabajo de la llamada canción de protesta o nueva canción que resonaba por el continente entre los 60 y los 70. A diferencia de otros jóvenes que seguían embelesados a italianos como Adamo, Nicola de Bari, o uruguayos como Los Iracundos, o chilenos como los Ángeles Negros, y otros que seguían a gringos de los Estados Unidos o de Europa, mis ídolos eran Violeta Parra, Víctor Jara, Quilapayún, Inti Illimani, Patricio Manns, Ángel e Isabel Parra, Rolando Alarcón, etc. Con ellos aprendí a cantarle al pueblo, a su lucha, a los obreros, los campesinos, al Ché Guevara, a los cubanos, y entonces entendí la verdadera dimensión de las canciones de amor.

La verdad es que en Magallanes pocos cantaban en público canciones revolucionarias. Esa fue tal vez la única razón que me llevó a intentarlo algo así como el año 1969, empezando por mi lugar de estudio el Instituto Superior de Comercio. En una de las pocas "veladas" que se hacían donde los jóvenes estudiantes demostraban sus atributos artísticos me subo con la guitarra chilena que mi madre me compró y me lanzo a cantar a todo pulmón "¡Cuando querrá el Dios del cielo que la tortilla se vuelva, que los pobres coman pan, y los ricos mierda, mierda!". Al terminar la canción y cuando se apagaba el confundido aplauso de mis compañeros me esperaba uno de los inspectores de la escuela para llevarme frente al director del Comercial, Don Luis Acevedo, quien sin emoción me dijo: "¡Cómo se le ocurre cantar esas groserías en público! No lo vuelva a hacer o lo voy a suspender. Además la verdad es que es mejor que no cante, porque tiene muy mala voz." -- Y así empezó a gestarse mi oficio de cantor, contra viento y marea.

Durante los años de la Unidad Popular (1970-1973) canté en los sindicatos de trabajadores, en los partidos populares, donde sea que me invitaran. Luego vino el golpe militar encabezado por Pinochet y se prohibió la canción revolucionaria. El asesinato del músico Víctor Jara en el Estadio Chile de Santiago a pocos días del golpe militar fue un duro golpe al corazón bueno de los creadores populares chilenos y del mundo. Por mi parte fui a dar a punta de patadas y tortura con mis huesos a las cárceles magallánicas junto a cientos de trabajadores, estudiantes, profesionales y soldados. Allí seguí cantando, tocando (porque las guitarras también nos acompañaron en prisión) y aprendiendo de otros compañeros mejores músicos que yo. Estos fueron 3 años de prisión desde el Regimiento Pudeto, al Cochrane, al Estadio Fiscal, a Isla Dawson y la Cárcel Pública.

Cuando llegamos a Isla Dawson, un pequeño grupo de unos 15 "rematados" (los primeros con sentencia dictada por tribunales militares), inauguramos la barraca Remo con un verdadero concierto de música revolucionaria a toda voz. Nuestra lógica era, que más nos van a hacer, capaz que nos condenen otra vez. Subestimamos a nuestros carceleros, porque por cierto nos siguieron torturando aun después de condenados. Pero ese día nada nos hicieron porque estaban sorprendidos primero que cantáramos y bailáramos en la barraca a la que llegábamos y que no tuviéramos miedo a que nos castiguen por entonar los cantos prohibidos por los milicos.

En el año 1976 tuvimos los presos políticos la oportunidad de optar a conmutación de sentencia de cárcel por exilio, y así salí del país para llegar paradojalmente al corazón del imperio estadounidense. Aquí he seguido cantando de nuestro Chile y aprendiendo de otras luchas de Centro América, del Caribe, y de nuestro continente. He seguido manteniendo vivo el canto hasta hoy de Víctor Jara y Violeta Parra.

En el año 1995 intenté volver a hacer vida en Chile, pero esta vez acompañando a mi enferma madre en Viña del Mar en lo que fue su ultimo año de vida. Después de tantos años en el exilio, este regreso fue una experiencia de extranjería en lo que fue mi patria. Allí conocí a un poeta popular, Don Carlos Muñoz Aguilera, El Diantre, con el que hice buena amistad y musicalice varias de sus décimas y cuecas. También compuse una canción de despedida para mi madre, cuyo cuerpo sin vida tuve que transportar desde Santiago hasta Punta Arenas para que al fin descanse aquí en su tierra. Esta experiencia resultó en la canción/poema "Ultimo viaje". También desde esa fecha data "La Samba del Flaco Vergara", dedicado al infaltable magallánico que está siempre presente para ayudar a los compañeros en desgracia, en las buenas y en las malas.

Curiosamente luego de estas composiciones, no he creado nada. Pero sigo aprendiendo y estudiando a otros músicos latinoamericanos como el venezolano Alí Primera, cuya voz ha vuelto a resonar en las voces de los nuevos bolivarianos que siguen a Hugo Chávez. Y sigo cantando en las luchas de los trabajadores, por los derechos de los trabajadores migrantes del mundo, por los reprimidos y asesinados, por los que luchan por un mundo mejor.

Foto: Copley Square, Boston. Agosto 23, 2007 - conmemorando el 80avo aniversario de la ejecución de los anarquistas Sacco y Vanzetti en la silla eléctrica, acusados de un crímen que no cometieron.